


Aunque, tradicionalmente, la Solemnidad de Corpus Christi se ha venido celebrando en nuestra ciudad con actos populares, como la alfombra, la procesión y el acto eucarístico público, cancelados estos últimos años con motivo de la pandemia, es posible que no tengamos demasiado claro qué es lo que realmente celebra la Iglesia católica ese día. Merece la pena que hagamos un poco de historia y un poquito de teología.
El origen de esta fiesta se remonta a 1208 o 1209, cuando la religiosa Juliana de Cornillon, nacida cerca de Lieja, en la actual Bélgica, empezó a tener unas visiones en las que se le aparecía una luna resplandeciente pero incompleta, ya que aparecía dividida diagonalmente por una mancha oscura.
La religiosa interpretó esto como una invitación a promover una fiesta litúrgica en la que se adorara la forma eucarística como portadora del cuerpo real de Cristo, fiesta que la Iglesia no había instituido.
A partir de aquí son numerosos los acontecimientos relacionados con el intento de establecer esta festividad, hasta que en 1264 el papa Urbano IV finalmente la instituye.
Y es que, precisamente, este es el objetivo de la fiesta del Corpus Christi, también llamada Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo: celebrar la Eucaristía.
Su finalidad principal es proclamar y aumentar la fe de los creyentes en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, dándole públicamente el culto de adoración (latría).
Con la irrupción de la Reforma, a principios del siglo XVI, la Iglesia católica reforzó esta festividad de exaltación de la presencia del cuerpo real de Cristo en la forma consagrada.


Si echamos un vistazo a las lecturas que se celebran ese día podemos ver que en la primera, tomada del Génesis, se hace alusión a Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios Altísimo que ofrece a Abraham pan y vino después de bendecirlo. Este personaje vuelve a aparecer en el salmo de ese día, el 109: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec», versículo que se repite varias veces en la Epístola de los Hebreos, para explicar el sacerdocio eterno y de origen divino de Jesús. La segunda lectura, de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios constituye el testimonio más antiguo de la institución de la Eucaristía por Jesucristo reunido con sus discípulos. Por último, el evangelio del día recoge del texto de san Lucas el milagro de la multiplicación de los panes y los peces con que Cristo alimentó a la multitud que le escuchaba. Todas las lecturas apuntan claramente a este misterio de la Eucaristía, el alimento del cristiano.
Enrique Clavel