
La Pascua que acabamos de dejar atrás ha dejado todo un reguero de vida y resurrección en nuestras iglesias. Un ejemplo ha sido en tantos niños que han recibido estos días los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.
Dejadme que especialmente mencione los del día 28 de mayo, en nuestra iglesia de la Mare de Déu del Carme, en Can Bou, donde bautizamos a tres pequeños de unas madres muy especiales. Son niños que el Señor y su Madre han llevado hasta el Hogar de María, institución que continúa en nuestra parroquia la preciosa e impagable labor que Casa del Carmen, para la defensa de la vida y apoyo de la mujer embarazada, ha realizado en Castelldefels en los últimos años. Desde aquí nuestro homenaje y gratitud al anterior equipo responsable que lo hizo posible.
Fue un gozo conocer las historias de esas madres que apostando valientemente por la vida, y buscando apoyo y ayuda en la Iglesia, están alegrándose de su maternidad. Y es que somos el pueblo de la vida.
Sin embargo, machaconamente nos insisten por todos los medios que la muerte es un derecho y que eso es libertad personal y progreso. Para ello no tienen vergüenza en manipular el lenguaje, con el manido «derecho al propio cuerpo» o con «salud reproductiva», cuando la realidad es que acaban con una vida humana y dejan a una mujer herida en lo más intimo de su ser por la decisión tomada.
Alguien escribía estos días que estamos en una sociedad enferma cuando rezar delante de una clínica abortista es un delito penado con multa —en referencia a la nueva ley que impide la presencia de personas que pacífica y respetuosamente rezan delante de las clínicas, como una última oportunidad a esas madres que acuden a esos centros de la muerte—, y sin embargo matar es un derecho amparado por la justicia, en alusión a las citadas leyes del aborto y la eutanasia.
Estamos ciertamente en una sociedad enferma. Y es que
cuando se rompe el vínculo con el Creador, cuando se llevan décadas censurando la verdad de Dios, cuando la propia Iglesia —al menos en nuestras latitudes— no ha sido capaz de evangelizar con más pasión y fundamento a las nuevas generaciones, las cosas no pueden quedar igual. El recorrido existencial del hombre queda muy limitado al éxito y a la ausencia de sufrimiento. Y como la vida ya no depende de nadie más que de uno mismo, tenemos los resultados que tenemos: cultura de la muerte.
Hay otros síntomas de enfermedad en nuestra sociedad como la ideología de género, que so capa de combatir discriminaciones injustas —aquí también nos encontrarán a los cristianos— lo que hace es fomentar una visión de la sexualidad donde es imposible madurar en la masculinidad o feminidad en vista a la vocación al amor en el matrimonio o la virginidad consagrada. Hay que decirlo bien claro, con todo respeto y consciente de que esto es absolutamente contracultural: nadie nace en un cuerpo equivocado y el ejercicio de la sexualidad solo construye verdaderamente a la persona, cuando es expresión de donación y amor de un hombre y una mujer, dentro vínculo matrimonial. La Iglesia es experta en humanidad, conoce el corazón del hombre, porque solo Jesucristo revela plenamente el sentido del hombre y de lo humano.
También la Iglesia acoge en su seno a todos los que estamos enfermos, en nuestra ignorancia o debilidad, en nuestra historia de pecado. Todos los que quieran ser curados y vivir en la verdad que nos hace libres, encontrarán aquí su descanso.
Tenemos muchos frentes abiertos y una gran responsabilidad en vivir y transmitir la verdad y la vida que brotan de la Resurrección de Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Ojalá que con la ayuda de la Santísima Virgen, sepamos tener la inteligencia y la perseverancia de la fe para realizarlo.
Mn. Juan Antonio Vargas, rector