
El arte de morir dignamente (artículo de Mar y Montaña octubre 2021)
Hay un deseo universal y bien legítimo de morir dignamente, es decir, de morir bien. La respuesta, sin embargo, que hoy está dando parece que sólo sea la de la eutanasia o el suicidio asistido, que es provocar (o ayudar a provocar) la muerte del paciente para evitar así su sufrimiento. Casi no se habla, y mucho menos se promueven, los cuidados paliativos, que es la alternativa que propone la Iglesia ante una práctica eugenésica que atenta no sólo contra los principios fundamentales de la fe cristiana sino también contra el mismo código deontológico de la profesión médica.
Morir dignamente no es sólo morir sin síntomas desagradables (dolor, ahogo, inquietud …), sino también morir en el tiempo natural de mi cuerpo, habiendo sido informado adecuadamente, participando de las decisiones importantes, con acompañamiento físico, psíquico y espiritual.
Los cuidados paliativos son una atención activa y total de las enfermedades que no tienen respuesta a un tratamiento curativo, con el objetivo de conseguir la mejor calidad de vida posible, controlando el síntomas físico-psíquicos y las necesidades espirituales y sociales de los pacientes y de sus familias. Su lema es: «Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre».
Uno de los principios de los cuidados paliativos es la consideración de la muerte como un proceso natural, que merece ser vivido con autonomía y dignidad, sin olvidar que el dolor y la muerte no deberían ser los criterios últimos que miden la dignidad humana.
Desde la fe, además, la vida es considerada como un don divino, del que no somos propietarios, sino administradores.
La medicina paliativa es contraria a la obstinación terapéutica y propone la sedación paliativa cuando es necesario, pero no para provocar la muerte, sino para aliviar el dolor, aunque este alivio suponga acortar la vida. Por eso es tan importante que haya, bien clarificado, un testamento vital que respete nuestras convicciones humanas y cristianas.